Me puse a llorar como un bebé...


En diciembre sucedió algo inesperado, doloroso; atroz. Pero natural. Se fue la mamá de Alex. Días difíciles los que se sucedieron. Días en los que la tecla es un aliado. Esto surgió de las manos de Alejandro Almazán; me lo compartió, y yo, indiscretamente, pero con orgullo de hermano, lo comparto. Y como él, digo: Gracias, mamá.

Apostillas sobre la muerte de mamá

1

Pensarán que la muerte me arrambló la certeza, pero créanme si les cuento que yo sí he visto a un ángel. Fue desde que nací en el hospital de La Raza. Lo reconocí porque olía y sabía a mí. Luego me enteré que se llamaba María Elena y que sería mamá y papá durante treinta, cuarenta años. Ya había demostrado que podía con tan duro encargo: un padre alcohólico, una madre que salió huyendo sin remedio, y un esposo que no amó suficiente le dieron ciertos argumentos a quien la envió de que ella era capaz de aplastar toda pesadumbre.

Entonces nos conocimos, me presentó a mis dos hermanos y todos nos amamos súbitamente. Jorge, Carlos y yo nunca lo hemos dicho, pero supongo que desde aquel tiempo supimos que mamá había chocado en la tierra para cuidarnos. ¿O cómo es que podía pasar interminablemente alrededor nuestro? ¿Cómo le hacía para que, en un parpadeo, le entregara su vida a mis hermanos e intempestivamente estaba conmigo para llevarme al hospital y luchar juntos contra la fiebre reumática, la tifoidea, la hepatitis, los huesos rotos? ¿Cómo es que tomó el riesgo de dejar sus ojos en una abarrotería para sacarnos adelante? ¿Por qué su bondad superaba a sus rencores?

Definitivamente, eso sólo podía hacerlo un ángel.

Si un día hasta voló para que no quedara duda ello. Les juro que no es desvarío. Ocurrió cuando ya estaban maltrechas sus alas. Por eso se ayudó de un avión. Y ahí íbamos, encontrándole formas ocultas a las nubes. Creo que también intentó buscar a algunos de sus compañeros. Hubieran visto esa tarde con un sol irreparable, con la mitad del rostro oculto, nimbado, y mamá diciéndome que allá, en esos rayos anaranjados que encandilaban, estaba Dios.

El mediodía del uno de diciembre de 2007 mi ángel tomó su equipaje y volvió a volar. Quiso irse solo.

Se fue cuando menos falta hacía, cuando más falta me hace.


2

Me puse a llorar como un bebé cuando el médico nos dio la noticia. Nos sacudió el hachazo porque teníamos la idea de eras un tronco invulnerable. Ya ves: dos veces venciste a la muerte. La más temeraria fue cuando un miserable te arrolló y todos los vivos te arreglaron los huesos. Esta vez, sin embargo, la cama 13 era un mal presagio. Y ocurrió. Entonces mi cuerpo se volvió de goma. Se me entumeció el cerebro. Nunca había sentido tan grotescamente que un hospital se me viniera encima. Pinche dolor, debería de ser como cuando te quitas una gasa: de un solo tirón. Y así empezaron a crecer llagas en nuestros cuerpos. Supongo que un día serán costras, nunca cicatrices. Hoy todavía no sucede. Todavía no. Me propuse dejarme ir en llanto, a empaparme el alma. Un día ya no veré el negro semblante de la tierra. Pero hoy todavía no.

3

Malquerida diabetes hija de puta:

No sé por qué te divierte arrojar dardos a la sangre, a los riñones, al páncreas, al hígado, a los ojos, a los oídos. Me das tanta pena. Eres de la peor clase de asesinos seriales ni siquiera te atreves a mostrar la cara. Perra cobarde. Ah, pero un día, como todos los canallas, también morirás. Y habrán festejos con chocolates, ponche, helado y pastel. Mamá ya lo está haciendo porque no te permitió que le arrancaras nada. Se fue completa y durmiendo. Ni siquiera una uña pudiste arrebatarle. Por eso entiendo tu enojo. Resígnate, muerte puta. Debes aceptarlo: la Chata fue más chingona que tú.

4

Mensaje uno de mi hermano Carlos:

Repentinamente el viento sopló toda la noche y la lluvia inundó los verdes prados anegando todo. El pastizal no volverá a ser el mismo, aunque se seque la tierra y vuelva la vida silvestre a las estepas. Las lágrimas desgarraron el cielo, las nubes, y llevaron el ocaso al amanecer… Algún día todo reverdecerá, pero no se descansará igual en ese lugar. Ella encontrará la paz y se encontrará con quienes la amaron ayer. Sólo deseo que en paz esté y no la molesten. Mi mamá murió dejando un hueco imposible de llenar y este mensaje es para compartir y gritar mi tristeza.

* * *

Mensaje dos:

Mi cuarto es blanco en cada esquina. Hay una ventana frente a mí, pero el sol entra por una rendija. Desperté cuando ya era de día. Me encontraba envuelto en cobijas. Sus pliegues aparecieron frente a mis ojos, azules como las sábanas, lejanos y tantos que parecían cadenas de montañas. Y a través de esos montes, luego la ventana, luego la rendija, vi al sol asomarse, saludarme, diciéndome que la vida seguía. Fue como ver el alba a través de mis cobijas; además, la felpa parecían arbolitos distantes. Y afuera el ruido mundano se percibía. Los pajaritos cantaban una canción que no conocía, pero seguro hablaban de mi mamá porque se oían felices. Un perro ladrando había; era de un pastorcito que en los montes protegía a las ovejitas. Y también escuché a una vaca jugando entre los montes. Bueno, era un claxon de un auto que afuera corría. Pero todo esto me ayudó a saber que hay un nuevo amanecer porque el sol vi nacer en el edredón vuelto tropel.

5

No sé si ustedes lo acostumbren. Yo sí. Por eso me duelen las ganas de tocar a mamá. De verla, de abrazarla, de besarla, de decirle cuánto la amo, de contarle mi día y viceversa, de escuchar su voz a las 11 de la noche para decirme que estaba bien, de comer con ella, de llevarla a Cuernavaca para que le llore a mi abuela, de componer sus series de luces chinas para su árbol de navidad, de desearle feliz año, de fotografiarnos, de reírnos juntos, de que vuelva a advertirme que deje el cigarro, de que me pregunte por los otros que a mí no me interesan, de acompañarla a ver a San Judas Tadeo, de ir juntos a comprarle sus zapatos, de oír sus historias que siempre me asombraron, de verla en su tienda carcajeándose mientras se burla del fúbol, de que con su mal hablado lenguaje me brinde confianza, de que me toque, de que me vea, de que me abrace, de que bese. Hasta tengo ganas de escuchar a la Sonora Santanera y verla bailar y cantar.

Tengo ganas de tanto. Pero cuando me quedo solo lo único que hago es esperar a que eso suceda. Y no ocurre. Quizá porque lo hicimos y, aunque nunca será suficiente, fue la ración que nos tocaba.

No sé ustedes. Pero yo sí lo acostumbraba. Tal vez es tiempo de nuevos hábitos. Llámenla. Y tóquense, abrácense, quiéranse. Eso me enseñó mamá.

6

¿Debía partir ahora? ¿La raya de su vida debía terminar a los 65 años? ¿Debía caernos como un rayo un diagnóstico desahuciado? Seguro lo sabré un día. Hoy sólo pienso que mis hermanos tienen razón: mamá ganó el Super Bowl y se retiró. Tomó sus cosas y le dijo al mundo: ciao, me voy en el mejor momento de mi vida, cabrones.

7

A muy pocas personas se les concede una muerte poética. Mamá tuvo ese privilegio: cuando llegó al hospital y se trepó a la cama, dijo que la dejaran dormir, que tenía mucho sueño. Imagino que sigue soñando. Y no voy a interrumpir su duermevela. Ni con el llanto.

8

Mi hermano Jorge nos dijo que siguiéramos las recomendaciones de Jaime Sabines y no enterramos a mamá. También nos pareció insano echarle tierra y ver cómo el enterrador, en cada palazo, le decía a mi gordis que de ahí ya no iba a salir, que se resignara a las larvas. Sí, nos dolió cremarla. No es fácil verla reducida a cenizas dentro de una urna de rojo roble que llevamos a casa. Pero creemos que así le daremos la oportunidad de revivir y que ande cuando ella quiera.

* * *

Los vecinos nos dijeron que se acostumbran rosarios y quién sabe qué otros malos hábitos. Mamá era católica y no pudimos negarnos a ofrecerle misas. Entonces llegó la gente, buena y mala, a rezarle. Ya lo sabía, pero ahora lo confirmo: mamá se fue liviana como la neblina. No cargó con rancios fantasmas porque nunca odió a nadie.

9

Soy un zombi. Quienes me han visto me recomiendan que coma, que duerma y me dicen la estúpida frase que inventaron los estúpidos: échale ganas. Sé que debo llorarle todo, que sólo así las llagas podrán volverse costras. Sé que este vacío se impone de un modo tan determinante que impide cualquier bienestar. Pero tampoco quiero que mamá me vea de esta forma porque va a pensar que me derrumbé, que no aprendí la lección de sortear la quejumbrosa vida. Al final, estoy dispuesto a quedarme hasta sin uñas por llorarle. Luego entonces, como dicen mis hermanos, y sólo luego entonces, los tres habremos de escribir una historia insuperable. Una de ésas que mamá podrá presumir. Ya la escucho diciéndole a la gente: a mis hijos no los cambio.

PD: Seguro ustedes tienen en casa a un ángel. Lo van a saber porque es el único que les perdona todo. Porque cuando lo miren, él mirará a través de ustedes. Porque cuando hable, hablará de ustedes. Porque sólo con él, como dice U2, el día mantiene su confianza y la noche es suficiente.

Yo, por lo pronto, sé que mi ángel chocó con la tierra para cuidarme. Por eso, ahora que voló, cómo no lo voy a extrañar.

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